miércoles, 9 de marzo de 2016


Capítulo 3


Hugo se despidió de mí diciéndome que Carla pasaría en un rato para ver qué tal estaba. Me senté en el borde de la cama aún con la mirada fija en el suelo. La verdad era que seguía sin creerme todo lo que había pasado hasta ese momento. No podía creer que Cameron estuviera muerto o que yo estuviera en un psiquiátrico. 

Al cabo de un tiempo, alguien llamó a la puerta de la habitación. No contesté porque sabía que Carla asomaría la cabeza y entraría sin que la invitara. 

-Hola, Carrie –su voz seguía siendo dócil-. Vamos al comedor. Te vendrá bien comer algo.

-No tengo hambre.

-¿Seguro? He visto que tenían filetes troceados y patatas asadas…

-Te agradezco que intentes hacerme comer y moverme pero ahora mismo no es lo que más me apetece hacer –quise terminar la conversación tumbándome en la cama de cara a la pared y dándole la espalda a Carla.

Durante unos segundos no se movió. Se quedó parada junto a la puerta hasta que decidió cerrarla y acercarse hasta mí. Se sentó en el borde de mi cama y suspiró antes de hablar.

-Aún no sé nada de ti. No he leído tu expediente, ni me han dicho qué es lo que te ha pasado o por qué estás aquí. 

-Si leyeras mi expediente, dejarías de tratarme tan suavemente cómo lo haces ahora.

-No lo creo. Hugo sólo me ha dicho que has sido tú quien ha decidido quedarse aquí voluntariamente. Pero no entiendo qué puede llevar a una chica de dieciséis años a querer quedarse internada en un centro de salud mental. 

-Mi padre quería que me quedara. Ni siquiera se ha despedido de mí.

Carla no dijo nada más. ¿Qué podría decir? Yo tampoco sabía nada sobre ella pero estaba segura de que sus padres no la habían rechazado como los míos.

-Creo que te vendría bien un baño. Te ayudaría a relajarte.

Tardé unos segundos pero al final accedí. Me di cuenta de que hasta que no le hiciera caso en alguna cosa, no se marcharía y la verdad era que también tenía razón en que un baño me ayudaría a relajarme.

-Está bien. 

Me levanté de la cama y fui hacia el cuarto de baño. Vi por el rabillo del ojo cómo Carla sonreía ligeramente. Contenta de haberme convencido de algo, supuse. 

Cuando entré, Carla me pidió que dejara la puerta del baño abierta mientras ella hacía un recado. Salió por la puerta de la habitación todo se quedó en silencio. Únicamente se escuchaba el movimiento del agua en la bañera. Carla me había preparado un baño con espuma para que pudiera relajarme y dormir bien aquella noche. 

Eché la cabeza hacia atrás apoyando el cuello en la toalla pequeña que había dejado detrás de mí. El techo del cuarto se me antojaba hipnótico. Durante los pocos minutos que estuve sola, no pude hacer otra cosa que mirarlo y pensar, nuevamente, en cómo mi vida había ido a parar ahí. 

La puerta de la habitación se abrió y entró Carla con una bolsa de papel de color marrón. 

-Te he traído algo de sopa y filete de pollo para que no te vayas a la cama con el estómago vacío.

-¿Nunca te han dicho que eres demasiado insistente? –Ella asintió sin dejar de sonreír. -¿Y demasiado alegre?

-Sí, me lo dicen mucho. 

Dejó toda la comida encima del escritorio de la habitación principal. Cogió la silla que había por ahí cerca y se sentó junto a la bañera. 

-¿Te está sentando bien el baño? 

-Me recuerdas a una señora mayor –dije sin contestar a su pregunta y sin mirarla directamente-. Te comportas como si fueras mi abuela.

-También me lo dicen mucho. Supongo que tengo un alma vieja.

-¿Crees en esas cosas?

-No creo en nada en particular. Ve saliendo, te quedarás fría –me ordenó levantándose de nuevo de la silla y volviendo a la habitación. 

Después de un par de segundos totalmente quieta, me levanté de la bañera, salí del agua y me envolví con el albornoz blanco que había colgado detrás de la puerta. 

Carla ya había colocado toda la comida y los cubiertos (obviamente, de plástico) sobre la mesa y esperaba que yo me sentara y empezara a comer. Y así lo hice. 

Empecé a comer y me di cuenta de que la comida no era precisamente suculenta o de restaurante. Pero no me quejé. Seguí comiendo en silencio con Carla sentada a mi lado observándome. 

-Han hecho una excepción para que pueda traerte la comida a la habitación pero normalmente no se puede comer más que en el comedor. Así que mañana por la mañana tendrás que ir a desayunar al comedor común, ¿de acuerdo?

Asentí ligeramente con la cabeza sin mirarla y seguí comiendo. Apenas comí la mitad de lo que había en la bandeja pero Carla no me insistió. Me levanté de la silla y me senté en la cama mientras Carla recogía la bandeja y lo dejaba todo colocado para llevárselo. Pero no hizo eso; se sentó a mi lado y me cogió la mano muy suavemente. 

-Espero que todo se pase pronto y sonrías.

Me quedé mirándola sin decir una palabra. Era cierto que llevaba más de una semana sin sonreír. Pero ¿por qué iba a hacerlo? No tenía ningún motivo para sonreír o estar feliz. Mi vida había acabado siendo tan desgraciada que nada ni nadie en el mundo podría haber sido capaz de sacarme un ápice de sonrisa. 

sábado, 24 de octubre de 2015



 Capítulo 2




-Dame un minuto que ordeno unos papeles y en seguida llamo a un enfermero para que te acompañe a tu habitación. 

Me acerqué a la ventana que había junto al escritorio. Estaba lloviendo a mares. Casi no podía ver el bosque que rodeaba al centro de cuan empapados estaban los cristales. Apoyé la cabeza ligeramente en el cristal y cerré los ojos. Estaba frío pero se sentía bien. Puse la mano sobre la ventana que empezaba a empañarse e hice rallas verticales en uno de los recuadros. Quería señalar que me sentía como en una cárcel.

-No tenga prisa, doctor –sentí que paraba de hacer lo que estuviera haciendo-. No voy a ir a ningún sitio. No lo haría aunque pudiera.

-Llámame Hugo. Te sentirás más cómoda si coges confianza con alguien.

No contesté. Seguía con la cabeza pegada al cristal y los ojos cerrados.

-¿Hola? ¿Control de enfermería? –Abrí los ojos muy despacio y le vi al teléfono-. ¿Podríais mandarme un enfermero al despacho veintidós? Con las llaves de una habitación –dejó de hablar durante unos segundos para mirarme; después volvió la vista a los papeles que tenía sobre la mesa-. No, no será necesario. No es problemática.

Seguro que eso iba por mí. ¿Que no era problemática? Si alguno de esos enfermeros o enfermeras leyera por qué mis padres habían querido que me quedara allí, pensarían que, no solo era problemática, sino que debería estar en un reformatorio de alta seguridad o algo así. Aunque por suerte los enfermeros solamente se encargaban de cuidar de los internos, no se inmiscuían en los asuntos de médicos y terapeutas. 

Hugo colgó el teléfono y me pidió que esperase sentada en el diván unos minutos mientras el enfermero llegaba. Tardé unos segundos pero finalmente obedecí. Él volvió a sentarse en el sillón donde había estado durante mi examen mental. Clavé la mirada en el suelo pero podía sentir la suya sobre mí, analizándome.

-Carrie –su voz llegó a mis oídos de una forma casi inaudible-, a pesar de que a tus padres les haya dicho que sufres un trastorno postraumático y no sea cierto, sí creo que podrías estar al borde de una depresión.

-¿A qué te refieres?

-A penas llevo contigo un par de horas. Es difícil saberlo sin observarte especialmente para eso, pero muestras varios síntomas. Así que en las horas de terapia que tengas conmigo, nos centraremos en el tema de la depresión. ¿De acuerdo?

-Tú eres el médico.

-Exacto –aunque pudiera parecerlo, no sonó arrogante-. También me gustaría que fueras a terapia de grupo. A veces, escuchar a los demás te ayuda a empatizar con ellos y sentir que no estás sola.

No le respondí. Tampoco hizo falta. En ese momento, alguien llamó a la puerta y se abrió. Una enfermera joven vestida de blanco con el pelo rubio recogido en un moño y ojos castaños, se asomó ligeramente. 

-¿Ha llamado, doctor?

-Sí –en seguida, se levantó de su asiento y se puso junto a la enfermera-. Carrie, esta es Carla, estarás a su cargo. Aunque, te advierto, Carla –dijo girándose hacia ella-, que Carrie no tiene tratamiento ni medicación. Está aquí por voluntad propia. No te dará problemas.

-Bueno, casi lo prefiero para ser la primera paciente que tengo a cargo –comentó con una sonrisa en los labios.

Me levanté del sofá y clavé la mirada en el suelo. Salimos del despacho de Hugo y caminamos por unos pasillos estrechos. En varias ocasiones, nos cruzamos con personas con pijamas de hospital acompañadas por enfermeros vestidos igual que Carla. Sentí un ligero escalofrío.

Llegamos frente a una puerta con cristal en forma de rectángulo del tamaño de una película en ella. Carla sacó un pequeño manojo de llaves con el que abrió la cerradura y me dejaron entrar. Ellos se quedaron en el marco de la puerta observándome mientras yo inspeccionaba la habitación.

Era un cuarto básico. Tenía una cama con barrotes de hierro pegada a la pared, una ventana que daba a un patio interno y que seguramente estuviera tapiada, y un escritorio con una lámpara sobre la mesa. A la izquierda había otra sala que a simple vista pude suponer que era el cuarto de baño.

-El pijama es opcional, solo por si no quieres preocuparte por qué ponerte. También puedes utilizar ropa de deporte, te acabarás cansado de arreglarte.

-¿Cuánto tiempo crees que estaré aquí como para acabar cansándome de vestir medianamente adecuada? –Pregunté de forma cortante y automática aún de espaldas a ellos.

Sabía que ella solamente estaba intentando ser simpática pero en ese momento no quería que nadie fuera simpático conmigo. Sentía que no me lo merecía. 

-Tu madre me dejó esta bolsa con algunas cosas que pudieran servirte –dijo Hugo después de un incómodo silencio. Me giré ligeramente y vi que dejaba junto a la puerta una bolsa negra.- Me dijo que si necesitabas alguna otra cosa, solo tenías que llamarla.

-No creo que lo haga –de nuevo, apareció mi tono cortante.

-Carla, ¿podrías dejarnos un momento? 

-Claro, no hay problema –escuché sus pisadas pero antes de que Hugo cerrada la puerta, volví a oír su voz-: Volveré al control de enfermería. Carrie, si necesitas cualquier cosa, junto a la cama tienes un botón para llamarme al busca. Estaré aquí en seguida.

No le contesté. Ni siquiera hice algún gesto de que había escuchado sus palabras. Hugo cerró la puerta y al fin pude escuchar las pisadas de Carla alejándose por el pasillo. Hugo caminó por la habitación y se paró frente al cuarto de baño.

-¿No te apetece ver cómo es?

-No me hace falta entrar para saber las precauciones que habéis tomado.

-¿A qué te refieres?

-Estoy segura de que no hay ni un solo tornillo en toda la habitación. El espejo del baño estará pegado con silicona y la alcachofa de la ducha será de plástica. Además no creo que la cisterna del aseo esté a la vista para evitar que los pacientes escondan la medicación. Eso sólo del baño. De aquí puedo decirte básicamente lo mismo, los barrotes parecen de hierro pero no lo son, también son de plástico. Y lo más seguro es que esté completamente pegado al suelo. Resistente para que pueda soportar el peso de una persona promedio. El escritorio de madera venía ya montado, completamente pegado, así no os arriesgáis a que el paciente lo desarme. La ventana está tapiada para evitar suicidios. Lo cual creo que, al ser una planta baja, fue una estupidez. Pero todas las habitaciones tenían que ser equitativas. Solamente encuentro un fallo.

-Sorprendente. ¿Cuál?

-El cable de la lámpara es tan largo como para llegar a la cama por si el paciente, en este caso yo, quiere leer algo antes de dormir. Quisisteis ser considerados. Pero también es lo suficientemente largo como para acercarlo a la ducha y provocar un cortocircuito mientras alguien se está duchando. Eso no fue muy preventivo contra suicidios… O asesinatos.

Sentí la mirada de Hugo sobre mí de forma inquisitiva. En cambio, mis ojos estaban fijos en la ventana. Había parado de llover pero el cielo seguía estando negro. 


Capítulo 1



Una semana después


No estaba loca. De verdad. No entendía por qué me habían llevado a aquel manicomio. Casi prefería el reformatorio. Aunque más o menos era lo mismo. Iba a estar vigilada día y noche. Constantemente. 


Me encontraba tumbada bocarriba sobre un sofá de cuero negro en la consulta del que iba a ser mi nuevo psiquiatra. Mis padres estaban hablando con él al otro lado de la puerta. No podía entender de qué estaban hablando pero supuse que sería sobre mí. 


A los pocos minutos, entró el médico y se sentó en una silla junto al sofá.


-Bueno, Carrie –dijo con un tono suave-, vamos a empezar con tu examen médico, ¿de acuerdo?

No le contesté ni hice ningún gesto. Simplemente me quedé mirando el techo sin moverme. Al ver que no hacía ningún movimiento, empezó a hacerme preguntas.


-¿Cuál es un nombre completo?


-Carrie Kelley.


-¿Qué edad tienes?


-Dieciséis.


-¿Qué estás estudiando? –A cada respuesta que daba, podía oír cómo lo anotaba.


-Bachillerato.


-¿Dónde vives?


-En casa de mis padres. –Mis respuestas no podían ser más robóticas y automáticas.


-¿Podrías decirme a qué día estamos?


-Treinta de abril de 2013.


-¿Y el día de la semana?


-Martes.


-¿En qué estación estamos?


-Primavera.


Todas esas preguntas seguramente fueran para comprobar mi grado de conciencia. Como era evidente, era totalmente consciente de lo que pasaba a mi alrededor.


-¿Dónde estás ahora?


-En un manicomio.


-No lo llames así. Podría molestarle a alguno de los demás pacientes.


-En un centro de salud mental –rectifiqué después de suspirar.


-¿Sabrías decir quién soy yo?


Giré ligeramente la cabeza para poder ver qué decía la tarjeta de identificación que llevaba colgando del bolsillo de su camisa.


-Hugo Tremayne. Psicólogo.


-Bien. Ahora comprobaré tu memoria. Cuéntame cómo fueron tus últimas vacaciones familiares.


-Tenía doce años, no me acuerdo.


-Tu último cumpleaños.


-Rodeada de gente interesada. Ni siquiera mis padres estaban ahí.


-¿De qué color era el coche en el que has venido?


-Negro.


-A ver cómo están tus funciones cognitivas. Dime, ¿en qué se parecen un avión y un barco?


-Son transportes.


-¿Y una manzana y una pera?


-Son frutas.


-¿Cuánto son cuatro más trece menos siete?


-Diez.


-Continúa la serie: veinte, dieciocho, dieciséis, catorce…


-Doce, diez, ocho, seis, cuatro, dos, cero.


-Deletrea “mundo” al revés.


-O, D, N, U, M.


-Vale –cerró la carpeta y se levantó de la silla-. Ya hemos terminado, Carrie. Quédate aquí, tengo que hablar con tus padres.


Salió por la puerta del despacho y la dejó entreabierta. Esta vez sí que pude escuchar la conversación. Parecía que estaban discutiendo.


-Su hija está perfectamente. Sus facultades mentales son ideales.


-Tiene que haber algo. Búsquelo.


-No puedo sacar de donde no hay. Entiéndalo. 


-Mi dinero es el que mantiene este centro abierto. Si no quiere perder su trabajo, diagnostíquele algo y déjela aquí una temporada.


No podía creer que mi propio padre estuviera diciendo eso. Él había estado ahí. Me había visto llorar y gritar aterrada. Sabía que no lo había hecho intencionadamente. Y aún así… 


La puerta del despacho volvió a abrirse y el psiquiatra volvió a entrar. Se sentó de nuevo en la silla suspirando y guardó silencio durante unos segundos.


-Carrie, tus padres…


-Lo he oído –le interrumpí-. No hace falta que me diagnostique nada. Puedo quedarme sin quejarme u oponerme. 


-¿Estás segura?


-Me sentiré más segura si al menos estoy rodeada de gente. Aunque sean enfermos mentales.


-De acuerdo. Pero intenta no usar esas palabras delante de uno. Ya te lo he dicho, puede que alguien se lo tome a mal.


Asentí con la cabeza y me incorporé en el sofá. Él también se levantó y apuntó algo en la misma carpeta que había tenido durante mi examen mental.


-Le diré a tus padres que tienes un trastorno postraumático. Será lo que ponga en tu historial clínico.


Volví a asentir con la cabeza y la mirada fija en el suelo. No dije nada más durante los aproximadamente treinta segundos que estuvo mirándome. Después volvió a salir dejando la puerta abierta.


-Su hija será tratada por un trastorno postraumático severo. ¿Le parece bien?


-¿Eso la obligará a quedarse aquí ingresada?


-Sí, tendrá terapia conmigo dos veces por semana además de poder participar en los talleres que…


-Suficiente. Con eso me vale.


Empecé a oír pasos que se alejaban. Seguí sin mirar hacia la puerta.


-¿No va a despedirse de su hija? 


-Eh… Dígale que he tenido que irme por una urgencia.


Y siguió alejándose. Cerré los ojos con fuerza intentando no llorar. Mi padre pensaba que estaba loca y que por eso había matado a Cameron. La verdad era que me entristecía eso. Aunque sí era verdad que debería haber reaccionado de otra forma. No tendría que haberle golpeado en la cabeza.


El médico volvió a entrar en la sala y cerró la puerta detrás de él. Se acercó a mí y se arrodilló para interponerse en la trayectoria de mis ojos.


-Tu padre ha tenido que irse.


-Una urgencia. Lo he oído también. Sé que mi padre no quiere saber nada de mí. Lo entiendo, yo tampoco querría.


Su cara mostraba lástima por mí. Pobre chica, pensaría. La verdad era que me sentía muy desdichada. ¿Cómo era posible que mi vida hubiera cambiado tanto en menos de dos semanas?